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Las insólitas aventuras del pez

Kennedy, John Fitzgerald

Kennedy, John Fitzgerald
Trigésimoquinto Presidente de los Estados Unidos. La distinción de Nueva Inglaterra. El misticismo pragmático del catolicismo irlandés. La Ilusión de la Nueva Frontera. El flequillo descuidado, alborotado. El político más telegénico de la Historia. Él mostró el camino a seguir: seducir a los media. Desde entonces, ningún líder sin sex-tv-appeal tendrá éxito. El carisma ha de ser mediático.

Tenía a su lado, además, a la Esposa Ideal. Joven, culta, refinada, elegante, una purasangre del Viejo Este. Jacqueline Bouvier atrajo la mitad de los votos. Ella, con su desenvuelto y desenfadado estilo, dictó modos y modas. Los dos, unidos y combinados, representaban el Matrimonio Perfecto de los Nuevos Tiempos, muy alejado del rancio acartonamiento de posguerra de ex-generales calvos y matronas de aspecto bovino.

Kennedy conecta con los tópicos de la Década: el anticomunismo chapucero y de cómic de Bahía de Cochinos (si el Presidente hubiera sido asesorado por un equipo de guionistas de Hollywood, la operación habría sido un éxito); la Guerra Fría (al rojo vivo) de la Crisis de los Missiles Cubanos; la defensa del Integracionismo y los Derechos Civiles de la Población Negra (lo que posibilitaría el posterior estrellato de Sidney Poitier); encender la mecha de la Carrera hacia el Espacio, la presencia americana en el conflicto vietnamita, hito decisivo, puesto que, al fin y al cabo, Vietnam fue un factor crucial para dinamitar el Espíritu de la Década.

En el ámbito familiar, la Pareja también sirvió de espejo para los jóvenes matrimonios norteamericanos. Los Kennedy generaron su correspondiente cuota de babyboomers para alimentar el futuro mercado de consumidores.

Los apetitos priápicos de Kennedy lo asociaron con la Bomba Sexual, el Missil Intercontinental Norma Jean. Todo un presidente de los U.S.A. se relaciona con la frivolidad babilónica hollywoodense. Sodoma y Gomorra, Irlanda y Massachusetts. Un Happy Birthday, Mr. President que trastornaría a un monje trapense.

Y como una estrella del rock, murió joven. Su carrera se truncó violenta, prematura y trágicamente en su cénit. Fue aniquilado en un complot con una trama tan enrevesada como las de Chandler. Y con el hedor brutal y clásico de las conjuras shakesperianas. Una bala mágica acabó con el Sueño de Camelot.

Kennedy, en uno de sus primeros discursos presidenciales, dijo que "nos hallamos en el borde de una nueva frontera, llena de oportunidades y de peligros desconocidos". Perfecta declaración de intenciones, inmejorable eslogan de la Década. Serviría como frase promocional de un serial televisivo sci-fi, o como gancho publicitario de un nuevo electrodoméstico. El Futuro ya está aquí. Puede admirarlo y adquirirlo en los Grandes Almacenes Washington.

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