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Las insólitas aventuras del pez

Doblaje Neutro, El

Doblaje Neutro, El
Extraño y casi paranormal fenómeno por el que los personajes de las series y de los dibujos animados televisivos (y los de las películas de Disney) de origen norteamericano hablaban en una extraña lengua, casi desconocida y no del todo distinta del castellano.

En oscuros, siniestros y lóbregos estudios de doblaje de Florida, México o Puerto Rico actrices y actores hispanoamericanos, con voces engoladas y cómicamente empastadas, vertían a una especie de panespañol los diálogos de los productos de entretenimiento de sello estadounidense. Esta lingua franca hispana se oía (y debía ser entendida) igual en Chihuahua, Bogotá, Buenos Aires, Águilas, Cali o Monforte de Lemos.

Una generación de niños españoles tuvo que habituarse al seseo y a una terminología desopilante y, en el fondo, enriquecedora. Aunque, ocasionalmente, una desafortunada combinación hacía que los mensajes fuesen crípticos ("hubo una balasera de charros en el saguán"). Las puertas se atoraban. Las pistolas se escondían en las cajuelas de los autos. Los malos amenazan con dar golpisas. Los (gigantescos) automóviles eran carros. En las trifulcas, los lentes se quebraban. Las viviendas-cubículo en un edificio eran departamentos o apartamientos. La burguesía moderna anglosajona no comía sandwiches o bocadillos, engullía emparedados. Por las Leyes de la Combinatoria, también se atoraban las cajuelas de los carros.

Exclamaciones para todo momento y ocasión (¡Caracoles!, ¡Chispas!). Frases inolvidables, grabadas a fuego en nuestra memoria (¡Qué bueno que vinieron!). Hallazgos casi surrealistas (El viejo truco del pasto electrificado). Los serillos (marca ACME, por supuesto). Alguien propenso al exceso verbal, o al exabrupto era un bocón. Y etc, etc, etc.

En los últimos años, cuando han repuesto algunas viejas series, esos doblajes frescos, divertidos, originales y ocurrentes han sido sustituidos, desgraciadamente, por las planas y aburridas voces españolas de siempre. Una pérdida triste e irrecuperable. España mira ahora a Maastricht, no a América.

¡Qué no vieron que ya acabó!

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